Un análisis del sacerdote

Maurice Bellet sj





No decimos nada nuevo si afirmamos la crisis en el mundo moderno. Ante esto muchos buscan falsas tentativas de solución tapando así los problemas. Pero se hace necesario un enfrentamiento la fe, que no sea ninguna huida ni una insurrección. La pregunta que nos haremos entonces será de ¿cómo puede llegar a ser el sacerdote, el hombre de la libertad? Y para contestarla deberemos redescubrir la función sacerdotal en y para la Humanidad. Ante el mundo moderno (post-ateísta) el sacerdote aparece a menudo como el hombre del entredicho en el dominio más real de la vida: trabajo, sexualidad y razón. Más allá de los debates apasionados, el análisis profundo de estos problemas nos llevaría a redescubrir la función del sacerdote en función de lo que puede hacer en y para la Humanidad. Pero aquí nos encontraremos con un obstáculo, la fe, ligada a una religión particular, el cristianismo. Dios, Cristo, la Iglesia, son los tres obstáculos aparentes que deben transformarse en fundamento de la acción sacerdotal. Finalmente, será en su fe en Dios Trino, donde el sacerdote podrá entenderse. Solamente entonces, una vez realizado este recorrido, diremos que el único problema es "la vida espiritual”, es decir, la vida en Espíritu, que es la vida humana elevada por Dios a la verdad.

Este es en síntesis, el recorrido que nos presenta M.Bellet en este denso análisis del sacerdote. Nuestro objetivo es hacer una presentación sintética del mismo, sabiendo que en ella perderemos aquello que tal vez constituye uno de los méritos fundamentales del autor: el equilibrio y serenidad en exponer las diversas opiniones, objeciones y críticas de fondo que se originan en la controversia actual acerca del sacerdote.

I.

El primer paso en nuestro recorrido será detectar el malestar sacerdotal: crisis de vocaciones, condiciones de vidas inadecuadas, inadaptación, condiciones morales, el materialismo ambiente, divisiones dentro la Iglesia, cambios continuos en todo, etc. Este inventario de problemas nos pide que busquemos el mal de raíz, que pudiéramos atribuírselo a un neo-humanismo que exterioriza al hombre. Podemos hablar también de un malestar existencial, una sensación de desdoblamiento del sacerdote y el hombre, la impresión de que la vocación es un sacrificio vano. Esta escisión entre la vida espiritual y situacional, corre peligro de solucionarse fácilmente conun falso espiritualismo. Detectamos también una crisis de empleo, debido al cambio de la estructura sociológica. Estos problemas no se solucionan ni con positividad pura ni con agresión superficial. Es necesario ir más allá de la obsesión en sí mismo…es decir ponerse en una perspectiva de relación.

El sacerdote se relaciona con los laicos los problemas qué aquí surgen son múltiples: clericalismo, rechazo por parte de los laicos de los sacerdotes "cerrados", conciencia del sacerdote de su inutilidad, temor al fracaso total, descontento general ante un sacerdote que condena en vez de liberar, sacerdotes que quieren ser menos sacerdotes, abismo de separación con los no-creyentes...Ante estas dificultades la tentación de retener el poder es grande. Diremos que se trata de una crisis de crecimiento, sí, pero ¿dónde ir?, el laico ¿ha de ser la norma? Pero la identificación no es una solución. El sacerdote ha de buscar definirse por su relación a Cristo, como el hombre que construye la comunidad. En esta tarea no buscara un refugio en el sacerdocio, sino que la referencia a la "esencia" será puesta a prueba por la experiencia concreta. El sacerdote querrá entonces ser cristiano entre los cristianos y hombre entre los hombres. La ruptura entre su consagración a los hombres y su función sagrada vendrá cuando ponga el problema en su "yo". Toda la comunidad es sacerdotal. Pero la Iglesia es un cuerpo donde hay variedad de dones. Por otra parte el sacerdote es Cristo.

Pero ¿diremos que Iglesia y Humanidad se identifican? La Iglesia es una comunidad construida por el Espíritu a cuyo cargo están los sacerdotes ( presbíteros), pero no al modo de un jefe militar, ni de un maestro, ni de un político,... porque el liderazgo de la Iglesia es, ante todo, un servicio. El sacerdote es por esencia el hombre de la comunidad. Su preocupación es la Iglesia, la creación del hombre nuevo. Su ley es la comunión con todos. Hombre entre los hombres, renuncia a lo que lo diferencia, pero sin que pueda ser catalogado como el hombre de lo "terreno" o de "sagrado". Vive intensamente su experiencia cristiana, la misma experiencia fundamental, de ser cristiano en el mundo de hoy, que vive todo laico cristiano. Esto le permite ser guía de otros que buscan el camino.

En resumen: hemos detectado el malestar sacerdotal y nos hemos referido a la exigencia espiritual, esto nos ha llevado a plantearnos el problema del sacerdote mismo y luego su relación con los laicos y con la comunidad cristiana. Finalmente hemos visto que desembocamos en un problema de relación cristianismo-humanidad.

Hemos señalado el peligro de encerrarse y de confundirse con la Humanidad. Hemos dicho que su rol es ser apóstol. Veamos ahora que dificultades encuentra en esta tarea.

Ante todo constataremos el fracaso debido a la imposibilidad de comunicarse en un lenguaje que sea inteligible para el no-creyente. Este fracaso puede ser disimulado con diferentes máscaras: indiferencia, espiritualismo, pastoral…

Buscará identificarse con el laico, y tal vez tratará ávidamente de ser reconocido como hombre de su tiempo, Este fracaso denotará una pereza teológica: realizar el trabajo que hicieron, por ejemplo los Padres de la Iglesia con la cultura de su época, implica coraje... -Qué hacer ante esta imposibilidad apostólica.

II.

Esta es la problemática con que nos encontramos y que parece indicar una separación entre el sacerdote y los hombres. ¿Cómo realizar la inserción? Nuestro método será analizarnos "desde afuera” y llevar este análisis hasta el límite. No se trata de querer sacar un juicio pesimista, sino de llevar los problemas hasta el final donde estallarán ante la mirada de Dios... ¿Qué es lo que provoca resistencia para muchos hombres en el sacerdote actual? El sacerdote es el hombre del entredicho: no trabaja, no lucha por el bienestar humano; no se casa; no tiene libertad para pensar. Estos tres temas parecen ser los más decisivos. Al hablar de trabajo, sexo y razón nos estamos refiriendo, con un lenguaje accesible a los hombres, al problema de la vocación y función sacerdotal, de las costumbres y de la fe. Nuestro punto de partida es la preocupación humana, nuestra meta: el sentido liberador de la fe. Paz (y no angustia) en nuestro trabajo, equilibrio (y no neurosis) en nuestra vida de castidad, sabiduría (y no ignorancia) en nuestra razón.

Nuestra perspectiva es una vez más, la siguiente: qué significan el trabajo, la sexualidad y la razón del sacerdote para los hombres en el mundo actual.

1) Trabajo: en la sociedad actual el trabajo no solo se ha hecho necesario, sino que es también un valor. El sacerdote, ¿trabaja?, las respuestas son contradictorias: no trabaja porque se dedica a un ministerio espiritual, a la oración, etc. Está sobrecargado de trabajo, debido a sus múltiples tareas. No siendo un trabajo de transformación de la naturaleza, no es apreciado en una sociedad atea.

En la sociedad actual el trabajo es el modo de comunicación real con los hombres, y es signo de emancipación. Al no trabajar, el sacerdote pierde el sentido del valor del dinero. El dinero en fin, tiene una significación política. El sacerdote se arriesga a una situación falsa: no combatir a la derecha que lo mantiene, o declararse violentamente por la izquierda, permaneciendo irreal, a pesar de su buena voluntad, porque no está comprometido en el juego social, no conoce interiormente los problemas, no vive las dificultades por dentro, etc.

Una solución aparentemente simple es decir: el sacerdote debe trabajar, es decir que tenga una profesión, etc. Tenemos la experiencia de los sacerdotes obreros, los científicos... ¿Son estas las primeras tentativas de un nuevo estilo de vida? Sacerdotes obreros, sicólogos, físicos, son para los otros, obreros, sicólogos y físicos que además son sacerdotes. Ante esta perspectiva no basta poner objeciones '‘espirituales": que el sacerdote no tendrá tiempo para dar testimonio de la transcendencia, que estará demasiado comprometido en lo temporal, etc. El sacerdote debe dedicarse a todos verdaderamente. Pero por otra parte sería ingenuo pensar que el trabajo lo resuelve todo. Una ambigüedad está en la base: sacerdote puro, sacerdote que trabaja como todos. Hay una motivación de índole sacerdotal en su trabajo, no es solo para ganar dinero. Veamos concretamente los tipos de trabajo que elegirá: obrero (para tener contacto con las masas), sicólogo o sociólogo (para poseer una técnica que le permita una acción eficaz en servicio de los hombres), científico (para realizar una presencia de la Iglesia en este campo)... rechazará en cambio las profesiones liberales. Al mismo tiempo no basta trabajar para que esto sea el vehículo perfecto para la comunicación de la fe. Vivirá en cambio una tensión entre su fe y la interpretación común de la existencia y tendrá la tentación de relativizar su fe, de pretender solucionar la imposibilidad apostólica mediante el simple compromiso en tareas humanas. En fin parece que en esta elección el sacerdote piensa más en sí mismo que en los hombres al optar por el trabajo. Si el trabajo es una huida, ¿la solución es no trabajar? Se trata de reencontrar la certeza realizadora de la Palabra de Dios. Diremos que si el sacerdote es consciente de su relación a los hombres, podrá o no elegir trabajar. Los motivos en uno u otro caso serán variados: ganarse la vida, dar testimonio, elaborar una nueva cultura cristiana, o en cambio, dedicar todo su tiempo al Evangelio, etc. Si el sacerdote toma conciencia de esto, su relación con la política será más real y equilibrada, su sacerdocio te evitara compromisos fáciles. Lo importante ser que haga, lo que haga, los hombres puedan ver el fin último de su acción. Esta acción sacerdotal deberá partir de una confrontación con el sentido que los hombres dan ya a sus vidas.

Pero hemos dicho que podría haber un deseo de huida o de enmascarar ciertos aspectos de su vida: estudiemos el problema de la sexualidad del sacerdote.

2) La Sexualidad: Problemática: ¿No deberíamos hablar más bien de castidad que de celibato? Recordemos uno vez más que nuestra perspectiva es: ¿que significación tienen nuestras actitud para los demás hombres? Se nos objeta que hablamos sin saber, ¿es la ley del celibato la causa del malestar? Dos actitudes se oponen nuevamente: los sacerdote deben casarse, si no viene la neurosis, la falta de vocaciones…

Pero por otra parte la rigidez de esta ley es fruto de condicionamientos sociales del pasado, de la concepción del trabajo, del matrimonio, de la mujer…

Otros dicen en cambio: el sacerdote no debe casarse: hay que dar testimonio del Reino, hay que consagrarse enteramente a los hombres, es costumbre tradicional la de la Iglesia y no se trata ahora de adaptarse sino de realizar a Cristo; el celibato tiene el valor del dominio del instinto, etc.

La primera actitud parece presentar algunos motivos algo equívocos y segunda peca de irrealidad. Hay en el fondo un divorcio secreto ente la fe y la vida.

También hay algo que se da por supuesto y es que "los sacerdotes son castos. Este testimonio optimista no se basa en encuestas, no siendo tampoco clara una opinión contraria. En todo caso podemos decir que si el ideal es claro, la practica no. Podemos hablar de un fracaso en la castidad como una actitud vital concreta negativa pero reveladora. Hay un drama oscuro, algo que causa molestia y que repercute en todo, que hacer, luchar, resignarme, angustiarme.

¿Cómo se jerarquizan los fracasos en el plano de la sexualidad? Podemos presentar esquemáticamente dos posibles maneras: la jerarquía sacerdotal dirá: el caso extremo es la corrupción de menores, luego vendrá: amor a una mujer, amor ocasional, actitudes dudosas respecto a muchachos, onanismo (habitual o polución más o menos voluntaria) gesto: conversaciones,... En síntesis, es una jerarquía dominada por el miedo al escándalo. La jerarquía "común” es la siguiente: desvirillzación, masturbación, pederastia, homosexualidad, contacto con mujeres, conquista a una mujer. Esta jerarquía responde a una moral "terrestre", a un gusto por lo carnal, pero, en definitiva, está más cerca de la moral natural. Ambas jerarquías tienen parte de razón. Por eso cuando el sacerdote le toca tratar lo sexual tiene incertidumbres.

Los problemas en este campo repercutirán en las relaciones humanos. Tendremos actitudes de avidez de ternura, de estima, de honores… o en cambio actitudes de agresividad por resentimientos, o de irrealidad para quienes no han logrado tomar conciencia del problema. Evidentemente los casos no serán siempre extremos; además las-relaciones podrán mejorarse…pero sin embargo la dificultad reaparecerá en la vida personal. Los síntomas podrán ser físicos o síquicos. Aún podremos decir que el sacerdote mismo queda afectado pues se vivirá un compromiso falso.

Es evidente que la "lucha contra la carne” es una necesidad espiritual. Por otra parte es deseable que se llegue al equilibrio, la paz y la libertad, evitando voluntarismo en la lucha. Se trata de renunciar a algo bueno, no de nutrir una obsesión. No basta la resignación... Las consecuencias pueden ser graves: fracaso del sentido, infantilismo en lo espiritual, incertidumbre de los fieles.

Orientación: Aquello que se reconoce y se ve con realismo lleva a la verdad. Pero ¿no lleva también a crisis de fe o perdida de vocación? examinemos concretamente el problema. Una perspectiva realista que tenga en cuenta el dinamismo de la afectividad implica un progreso posible de las exigencias conscientes de la castidad verdadera. Problema general que tiene sus aspectos particulares: la moral sacerdotal parece no concordar con la moral actual. Tal vez se olvidan algunas verdades: que el hombre no es pura razón, que reprimir no es suprimir...

No podemos separar sexualidad y equilibrio afectivo. En efecto, todo lo que de origen sexual reduce la libertad y hace imposible la caridad es contrario a la castidad.

En lugar de una jerarquía estática de faltas posibles, en función de un ideal "adquirido", propondremos una jerarquía dinámica, en función de la relación:

1) desarreglo total: incapacidad de orientarse, fracaso en las relaciones humanas (aunque haya materialmente castidad). 2) darse cuenta: tratando de no perder la paz.

3) sobreponerse a la obsesión: adecuación entre su imagen y la realidad, aceptar no ser lo que pensaba;

4) plenitud de la castidad cristiana. El cuarto grado puede implicar fallas, pero su fruto es la paz y la libertad que implican también lucha. No es un estado ideal. Lo importante es que el sacerdote sea un hombre verdadero. En cuya vida haya una unidad dinámica fundada en el servicio de Cristo, unidad que es historia y que implica por tanto confusión, fracasos, conflictos, etc. El criterio de la unidad será la aptitud para afrontar lo que sea en contra de ella. La irrevocabilidad sacerdotal será la posibilidad de ir adelante (no de no poder volver atrás). En el equilibrio de la marcha, sabrá interrogarse, sin preocuparse obsesivamente de si.

Mostrará su facultad de adaptación y de reencontrar siempre lo esencial, lo siempre nuevo y siempre idéntico de la función, a pesar de lo imprevisible del contexto.

Será un hombre libre, que sabrá tomar distancia sin que esto implique rigor ni confusión. Sera sincero. Su relación humana será simple e inteligente. Amará, es decir será capaz de comprender, de participar, de ayudar, de unirse, de comunicarse, de aclarar la experiencia, de hacer avanzar sin quebrar. Sera un hermano que creará el lenguaje que hará posible la comunidad.

¿Es esto un ideal o una ilusión? El peligro de alienación es grave: por el lado de la vocación: refugiarse en una esencia eterna negando la existencia, o en un personaje sagrado, buscando la seguridad; en el plano de la institución, apoyarse en un '‘status" exterior, que le impida relaciones reales; por el lado del lenguaje, buscar una defensa que le quite iniciativa y posibilidad de comunicación libre. En el primer caso rechazará la realidad, en el segundo las relaciones humanas y en el tercero el misterio.

Esta fórmula teórica de la vocación ha de ser vivida en forma personal; para esto es necesario que la estructura sea lo suficientemente flexible y dinámica para que no sea algo extraño a la experiencia ni pretenda suprimirla, sino que, al contrario, la estructure y la esclarezca.

El llamado al sacerdocio es para servir a la Iglesia. Esto no implica que su experiencia de llamado tenga algo especial, sino que más bien implica una diferenciación en cuanto esta más fundada para una relación más explícita para y con los otros.

Si queremos tener una imagen total de la vocación en sus diferentes fases observaremos que en un primer momento está la conversión, cuando el hombre escucha la palabra de Dios como lo que lo salva de su mal y rompe su atadura a sí mismo. Un segundo momento es la obra, que implica voluntad de servicio y disponibilidad pura ( o posibilidad creadora) y un tercer face que va de este llamado a la resurrección. Su prueba es la dispersión, las decepciones, el reconocimiento de la finitud…el ver que más allá de las tareas y proyectos el hombre vive para Dios en la esperanza de la Resurrección donde todo tendrá su verdadero cumplimiento. Aquí se vuelve a tomar en toda su profundidad el primer momento de la conversión.

Estos momentos que se suceden en el desarrollo de la existencia son también siempre actuales: momentos anunciados, preparados para revisar que pueden ser, en toda la vida, lo que oriente el flujo del tiempo.

El llamado es por otra parte algo siempre por venir, implicando por tanto siempre algo de imprevisible, cuyo límite es la muerte. La vocación es don de Dios que pide el sí del hombre. Liberación del hombre por la vida de Dios (gracia) y libertad no se oponen sino que avanzan juntas en la historia personal. El tema de la vocación es la libertad y el sacerdote es, entre los hombres y para ellos, el hombre de la libertad.

Esta libertad no significa aislamiento, sino que el sacrificio y resurrección de la persona coinciden con la exigencia respecto a la comunidad.

¿Y qué pasa con las instituciones? son para el hombre y será necesario adaptarlas. Hay que distinguir evidentemente entre lo que se deriva de la institución de la Iglesia y viene esencialmente de Cristo, por ejemplo, a propósito del sacerdote, el sacramento del Orden; y lo que se deriva de la “disciplina" de la Iglesia y no es esencial, por ejemplo el celibato.

Pero, una vez, más desconfiemos aquí de los esquemas demasiados claros. Hay algo no modificable, que constituye el fundamento real, que está en la vida y acción de Cristo. Es la Iglesia, indisociable de lo que Cristo quiso crear, el hombre nuevo. Pero este fundamento real se realiza necesariamente en una sociedad dada y en un momento de la historia. Esta realización implica mediaciones, es decir capacidad de invención que impidan el divorcio de los principios y la realidad.

No se trata ni de "defender los principios” olvidándose del hombre, ni olvidarse de los principios en un gusto inmoderado por la "liquidación” que cree que la Iglesia está más presente en los hombres en cuanto sus normas y referencias son inconsistentes. Hay que buscar en cambio aquello que ayuda, esclarece y orienta al hombre en su ruta.

El sacerdote es testigo de una Humanidad más alta que está en camino. Comparte su suerte con los más pobres, es experto en humanidad para servir a todos los hombres, lucha por el bien del hombre construyendo la comunidad. Esta intención de hacer todo más humano parte de lo íntimo de su sacerdocio. Pero ¿acaso no es caer en un humanismo, en un cristianismo sin Dios? Por este camino, ¿el sacerdote se acerca a Cristo?

3) La Razón: Problemática: El sacerdote es el hombre de Dios. Sin embargo parece que este esfuerzo por comunicarse con el mundo de los hombres lo pone en aprietos. ¿Cuáles son las causas? Detectemos en primer lugar una crisis de pensamiento, o lo que podríamos llamar también un anti-intelectualismo. Esto crea en el sacerdote cierto malestar ante los que saben, una sensación como de ser un “amateur”. Es el hombre de la acción pura, a la que contrapone la pura especulación. Esto lo lleva a no aceptar al otro y por lo tanto hace imposible el diálogo. - ¿Qué hace? Habla, habla en reuniones tanto que a veces es difícil intercalar alguna palabra…, habla con grupos escogidos de laicos sobre los “problemas” del momento. ¿Y qué dice? Lo que algunos “intelectuales” hubieran querido hacerle comprender y qué él no ha comprendido. No dice nada nuevo, y sigue repitiendo viejos esquemas, algunas verdades fundamentales y esto en el lenguaje de siempre.

Otra actitud falsa: el “espiritualismo”, se olvida que en las épocas más grandes de la Iglesia, los grandes santos eran a menudo, los primeros pensadores de su tiempo. Finalmente hay otros que se afirman “pensadores” y para quienes todo lo nuevo es sospechoso. Su dogmatismo y suficiencia es uno de los más grandes escándalos de la Iglesia. ¿Caricaturas? Sin duda, pero el peligro de asemejarse no es ilusorio. Es verdad que cada actitud puede tener sus excusas y sus motivos. Es verdad que hay que defender la doctrina de las desviaciones, mantener la primacía de una relación vida y espíritu, reaccionar contra un mediocre racionalismo teologizante… pero también es verdad que de esta crisis de pensamiento las “angustias por encarnarse”, las dificultades en la oración, etc. (* nacen)

¿Cuál es el problema? Digamos en primer lugar que la mentalidad contemporánea se opone a lo religioso. Hay crisis de la razón (cfr. el sicoanálisis, la crítica marxista, el existencialismo). Por otra parte los modos intelectuales corren demasiado rápido para seguirlos. El sacerdote no se encuentra en el juego. El ateísmo mismo es algo exterior a él. ¿Cómo interpretar este mundo a la luz del Evangelio?

Tengamos en cuenta que la mentalidad “moderna” es también la del sacerdote… Es necesario que éste sea sujeto del pensamiento de la fe. Esto implica que esté en el mundo, es decir que acepte, comprenda y conozca su manera de pensar, y todo esto como hombre de fe. La riqueza inmensa del saber actual: el lenguaje matemático, las grandes construcciones intelectuales… no pueden comentarse con frases vagas, o diciendo que “lo que importa es la vida”. También para los sabios, el lenguaje más abstracto es un instrumento de trabajo, es vida. Esto lleva a que, con frecuencia el sacerdote no sea tomado en serio, ¿Crisis del sacerdocio? Sí, es decir del pensamiento de la fe: la teología especulativa es sólo un asunto de especialistas… Esto produce un rechazo de valores del pasado que indican que no se valora ni se intenta hacer hoy algo semejante. En el fondo, el rechazo de la razón moderna, que no es un abandono en ningún momento de las ambiciones del hombre, implica un rechazo al compromiso.

Y los peligros que de aquí se derivan son un desprecio al hombre, a la fe… y una falta de caridad porque no conoce su oficio. Paradoja de este desprecio que se hace para “entregarse más” al hombre.

Un debate abstractos sobre fe y razón contemporánea tampoco llegaría al sacerdote en lo concreto. La pregunta es ¿qué podemos hacer? Aceptar en primer lugar que nos hemos distanciado, que podemos seguir existiendo pero no con la pretensión de ser la salvación de todos. ¿Qué tipo de relación humana hará posible la proposición de la fe? En otras épocas ante la crisis de la razón, nacía la filosofía cristiana, hoy día la nueva religión ha de buscarse en el sentido de la vida humana.

En caso contrario, el sacerdote anunciará algo que no tendrá ninguna relación con la experiencia del hombre moderno, y no bastará decir “créanme, porque yo soy sincero y fraternal…”

Una vez más: en la sociedad actual el sacerdote está sin función, aunque momentáneamente la conserve dentro de la comunidad eclesial. - ¿Qué hacer?

La pregunta sobre la función nos lleva a un primer planteo general; lo que debe hacer es responder a las necesidades del hombre: materiales, culturales, de sentido de la vida. Ésta es una jerarquía discutible para quienes no admiten el tercer nivel, pero indica tipos de intenciones que se dan en la praxis humana siempre que hay ruptura del hecho primario (material o cultural) el hombre buscará un sentido.

Hay que ayudar al hombre a que él mismo llegue l tercer nivel. Concretamente la tarea de la universalidad del sentido es difícil. Esto despertará oposiciones, porque la función destruye la tranquilidad del hombre primitivo. La función misma por otra parte puede hacerse irreal o insípida. Si degenera, caerá en la tentación de imponerse. ¿Crisis del sacerdocio? Sí, porque hay crisis del sentido universal, porque las ideologías declinan, crisis de la filosofía, angustia ante la incertidumbre actual.

Toda función implica una operación y un lenguaje. Si se queda en lo universal permanece en algo vago. Pero si hay diversidad de sentidos, ¿cómo buscar un “sentido común” a todos? No basta “quedarse con lo esencial” del cristianismo… El sentido de la función es el amor al hombre, ¿cómo amar? No por declaraciones ni por un actuar equívoco, sino mediante el respeto y el reconocimiento, la acogida y la voluntad de diálogo, el salir de sí, la comunicación para que el otro crezca en la libertad. Ante las dificultades hay que tener fe. Creamos en Dios para amar a los hombres. El sacerdote actuará entonces para el hombre real. Toda su actuación debe ser accesible al hombre.

¿Cuál será el gran obstáculo? La fe en una tradición concreta. Es decir el fracaso interno de la fe, incapaz de anunciarse. Este escándalo de la fe que rechaza y posibilita el diálogo puede provocar en el sacerdote un deseo de liberarse de la transmisión de un contenido que no siente a una comunidad cerrada.

¿Qué obstaculiza la fe en el diálogo con los hombres? Concretamente digámoslo: la Iglesia, con su Institución y su historia, Cristo, el hecho de que sea Dios y finalmente Dios mismo. Hay una opción que implica un rechazo a lo metafísico, en todo caso, una opci´øn por un humanismo cristiano donde Cristo no es Dios. Ante esto la Iglesia se presenta como una comunidad de lenguaje cerrada al mundo y que no puede aflojar en ningún punto porque rompería su unidad interna: el cristianismo es el camino de un grupo dogmático, arcaico, particular, oscuro, no liberado. Lo que debería unir es un obstáculo. La fe en Cristo es un escándalo: lo que cree como sacerdote lo separa de los hombres. Y vienen entonces las tentaciones: desesperanza radical de Dios; huida y preocupación sólo por la propia salvación; refugio en la autoridad divina.

El problema será cómo despojarse de las prerrogativas internas sin dejar de ser sacerdote y, esto, siguiendo el ejemplo de Cristo mismo (Fil 2,5-9). Cómo, siendo hombre para los hombres, llegar a Dios que es Cristo, por el Espíritu.

Examinemos ahora al sacerdote como hombre de Dios, de Cristo y de la Iglesia, desde el punto de vista de los hombres.

Orientación

a) Dios: se presenta como obstáculo para quienes no admiten el plano ontológico. Admitamos que muchas veces esta indiferencia tiene su origen en nuestro propio testimonio. También podemos decir que otras veces, preocupados por el hombre, olvidamos presentarles a Dios: tentación del hacer del cristianismo una política, una filosofía, una psicología…

Dios es barrera a causa del lenguaje que usamos, pero no podemos prescindir del lenguaje mismo; el sacerdote debe ofrecer la palabra. Sabemos también que Dios está más allá de todo lenguaje. El hombre actual rechaza el lenguaje metafísico, por eso resulta más fácil hablar de Dios a partir de la Biblia o de la liturgia. Pero tengamos en cuenta que lo que da universalidad al lenguaje es la filosofía, esto quiere decir que no bastará refugiarse ni en la tradición, ni en la Biblia, ni en el lenguaje ontológico del pasado.

Dios es principio de acción, no es un objeto, sino que está detrás de mí, por esto toda palabra sobre Dios supone una experiencia. Al no poder definir a Dios, mi función queda sin contenido, pero al mismo tiempo reconozco la trascendencia de Dios. Vuelto hacia los hombres, no encierro a Dios en la tal acción concreta. Dios es lo inefable, es el Amor absoluto. Es el que libera absolutamente al hombre, y es lo que hace posible el servicio puro del hombre. Por eso: amar al hombre es conocer a Dios. Esto implicará la imposibilidad de definir al hombre por tareas concretas pero al mismo tiempo el reconocimiento de Dios se me dará siempre en acciones concretas.

Hay pues una realidad y un sentido, que es el amor. Dios es amor al hombre, porque Dios es el movimiento de amor que va siempre más lejos.

Pero entonces, ¿Dios es inútil? El nos ama y pide que nos amemos. Per amar implica que el hombre está divinizado, es decir que tiene a Dios como fundamento. Cur Deus homo? Ut homo Deus. Si olvido a Dios caeré en el politiquismo, el sicologismo, el transformismo social … y en todas las demás actitudes falsas de amor. La entrega a Dios (contemplación) y la entrega a mis hermanos (acción) se unifican en la intención.

No limitemos el amor de Dios. Él desbarata toda empresa humana porque nos ama como un Padre. Su voluntad es construir al hombre. Pero, en concreto, ¿cuál es el ser y el actuar de Dios? Dios ama infinitamente al hombre, por eso su amor es darse a los hombres, y esto en Cristo.

b) Cristo: Hoy en día, Cristo inspira a menudo simpatía y respeto. Sin embargo el lenguaje sobre Cristo resulta irreal. El sacerdote parece rendir un culto al pasado. Cristo obstaculiza la relación con el otro porque al querer anunciar a “alguien” es como querer extender una relación personal que sólo tiene sentido para el que la anuncia. ¿Por qué y cómo anunciar a Cristo? Examinemos la vida de Cristo mismo no en cuanto a su contenido sino más bien como principio de acción, es decir miremos a Cristo como sujeto de una estructura dinámica de las relaciones humanas. ¿Cómo aparece Cristo en esta perspectiva? Es primeramente un hombre, pero un hombre humilde, enraizado en su pueblo. También es un hombre sin raíces, es el hombre del gran secreto, cuyo origen es silencio. No tiene deseo de poder, tampoco tiene compromisos por su dinero, etc. Su vida expresa un más-allá absoluto. Busca ayudar al hombre a vivir: fundamentalmente busca sanar al hombre, al mal fundamental, que consiste en que el hombre sea enemigo del hombre. Está inserto en una cultura y una tradición.

Su lenguaje nuevo nace de la interpretación de la tradición y va a reafirmar lo absoluto del hombre. La meta es el amor. Este hombre muere y muere como acusado, en un proceso, por blasfemia o insurrección. Ante la violencia del hombre contra el hombre, él no responde con violencia, pero la desenmascara. Vive la violencia como negación del sentido. Pero su amor no varía, es absoluto. Por eso no retrocede ante la muerte. Su memoria se hace presencia al continuar lo que él comienza, al mantener su palabra, o sea, al expresar el amor, y al rehacer la comunicación con él en una comida, acto en donde el hombre reconoce al hombre y donde él está presente. Al ser afrontada la muerte el hombre vale desde ahora infinitamente. Es “como Dios”, está divinizado. Él ha muerto para que el hombre viva. Pero lo que este Hombre afirmaba en su muerte es que el hombre no muere. Por eso él mantiene su comunicación con el hombre. Por eso entrar en el amor es vencer a la muerte. Por eso, en fin, rehaciendo su acto lo hacemos presente en la fe y la esperanza.

El segundo momento de nuestra respuesta será afirmar la divinidad de Cristo, pero no como enunciación de un dogma a priori, sino como algo que se deriva de lo anterior: Dios se expresa en este Hombre, en todo lo que él es, y él es en todo el amor absoluto del hombre. La Teología será entonces una relectura del actuar de Cristo.

Este lenguaje teológico consistirá en decir el sentido del hombre. La ambición del hombre es ser Dios en la relación humana. Cristo nos ha dado el ejemplo y señalado el camino: el amor implica renuncia al poder humano. El rechazo de Dios trae consigo la enemistad humana. Y por eso el hombre es posible porque le es posible ser Dios.

Cristo palabra, es más profundamente silencio que da sentido a toda palabra contingente. Accesible sólo al hombre libre, esta palabra es verdad, no varía, pero tampoco está esquematizada, sino que asume cada situación concreta.

El actuar del amor absoluto debe ser actual, pro la presencia del espíritu de Cristo. Por este encuentro con Cristo es encuentro con Cristo según el Espíritu, dejando de lado todo historicismo y sicologismo falso. Sin embargo, no basta leer el sentido del actuar de Cristo, es necesario que este sentido se realice; es lo que llamamos la iglesia.

c) Iglesia: La Iglesia no realiza puramente esta intención; sabemos bien que tiene necesidad de reformarse, etc. Parece haber cierta dualidad entre la Iglesia concreta y la Iglesia, humanidad verdadera. El peligro estará en atarse y absolutizar uno de los dos. No basta decir que la Iglesia fue sólo perfecta al comienzo, ni que siempre habrá tensión entre la Iglesia visible y la invisible o entre la explícita y la implícita. La Iglesia es intención pura de amar al hombre y por eso mira al hombre, no a sí misma. Tiene una tarea creadora, iniciada por Cristo. Cristo es el sentido del actuar de la comunidad. La Iglesia no es la guardiana de un pasado, sino que es comunidad-sujeto. Es una tarea. El mundo no se diferencia de la Iglesia, en el sentido de que los problemas de ambos son los mismos. Tampoco hay que idealizar a la Iglesia. No basta decir que la Iglesia es perfecta para que de hecho lo sea. La Iglesia es universal, no partidista. Por eso se han de examinar las dificultades internas de la Iglesia. Pero al enfrentar Iglesia o Humanidad; salvación en Cristo o necesidad humana, Cristo histórico o futuro del hombre; dogma o comunicación libre, no se pueden elegir los extremos de las disyuntivas. Otra tentación es yuxtaponer. Es necesario una conversión de la comunidad misma; la tarea de hacer la unidad es infinita, pero debe ser tarea y no obstáculo. Es necesario pues una crítica de la comunidad. La oposición entre el dentro y el fuera de la Iglesia no es algo estático sino dinámico. La crítica interna se ha de referir a su adhesión a Cristo y a la posibilidad de no ver el mal. Se han de evitar todas las particularidades: un judaísmo que quiera el “dentro” de la Iglesia y un paganismo que quiera el “fuera”. Esta crítica restaura el amor. También pedirá tanteos que han de emprenderse con fe.

¿Cómo anunciar a Cristo y predicar su vida, practicar la caridad? La caridad no es solo disponibilidad inmediata, su figura es imprevisible, Cristo nos manifiesta que la única verdad universal es el amor absoluto (amor absoluto del hombre) y que en todo actuar humano hay posibilidad de sentido. Pero el actuar ha de evitar dos peligros: caer en el infinito lejano, al insurreccionarse contra todo lo que impida al hombre ser Dios, o caer en lo humano absoluto. Por esto toda obra supondrá que la obra humana nunca es última. Encerrar al hombre en una obra determinada será igual o negar el sentido de la obra misma. La dualidad esencial debe mantenerse: todo actuar completo debe estar referido al sentido último. El único modo de que esta referencia al sentido último no queda en algo vago lo tenemos en Cristo. Y ahora debemos evitar el desaparecer en un pasado o en un porvenir como lo que no sabemos. Debe ser lo que el actuar de Cristo comenzó. Se trata de una obra que implica anamnesis que no es reproducción del pasado al presente, sino que va del presente, de su realidad concreta, al pasado, en su diferencia, para lo que ha surgido en el pasado pueda ser hoy. Es un trabajo que lleva irresistiblemente a re expresar el cristianismo, en la teoría y en la práctica con una extrema libertad con respecto a la letra de las fuentes. También es una obra que implica experiencia y pensamiento: pensamiento que debe ser de la acción y como instrumento para ella.

En esta unión de pensamiento y acción la obra es más que eso, ya que la referencia que la hace posible es Cristo mismo y va al Padre que es Dios. No se satisface en ella misma porque está tendida hacia Dios. La oración, como el momento de recogimiento, momento puro y gratuito de la contemplación le es esencial. Sucede que se olvida en los primeros ímpetus de la tarea constructora. Pero a menos de fracasar en lo esencial la urgencia de la oración reaparece como el lugar de la verdad decisiva. Tampoco esta oración se complace en ella misma. La carga de la obra se aligera en la paz de la presencia de Dios, donde renace la legítima impaciencia de la acción.

Toda obra implica riesgo y parece inútil al comienzo. Se han de afrontar las hostilidades e incomprensiones, reconociendo finalmente que Dios, Cristo y la Iglesia son más que yo... entonces viene la alegría y el sentido de lo que se es. Es necesario que cada uno obre, ensaye, sin que por esto sea considerado como sospechoso de no estar en la verdad.

La comunicación de la verdad pide lenguaje, hemos dicho que este lenguaje necesario limita y obstaculiza. En primer lugar hemos de reconocer la diferencia con el otro. Esto implica reconocer la verdad con el otro y afrontar el ser cuestionado. Hemos de volver al espíritu de donde salió nuestro lenguaje. Sin idealizar al hombre, reconociendo el conflicto del pecado, analicemos lo que obstaculiza en nosotros, la comunicación de la fe. Esta fe ha de ser exigida por la caridad. Lo que funda esta caridad es la realidad de Cristo en nosotros. Lo concreto para la fe es el Espíritu.

Y vivir en el Espíritu es vivir en el sentido como realidad espiritual. Dios se nos manifestará fundamentalmente en la experiencia de la caridad. Por lo tanto el Espíritu que es experiencia de Dios será experiencia de la relación según su sentido absoluto. El amor en definitiva será solo, será solo posible por el amor absoluto que es Cristo. Teocentrismo absoluto y amor absoluto del hombre es lo mismo. La prueba de la fe es imposibilidad de una elección simple, esta separación subsistente que hace que Dios se me aparezca a menudo como nada y el hombre como demasiado humano.

Tal fue la Agonía de Cristo. Es la comunicación apostólica cuando se unen ambas cosas. Por eso la tarea de la Iglesia culmina en esa reunión de hombres en la presencia del amor absoluto, donde la palabra se hace común, donde se conjugan el anuncio evangélico y la comunión por la fe en la presencia de Aquel que viene. Esto es la Misa.

Por el Espíritu tenemos acceso a la profundidad de Dios. Dios es, en su unidad absoluta, la relación de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu. Es la comunión y la total relación al otro, en la unidad de la esencia y del ser. Es como la norma por encima de toda norma de universalidad humana: seamos uno como él es uno.

Conclusión de la Razón: lo que hemos hecho ha sido un ejercicio de “inteligentia fidei“, sin duda fuertemente situado en preocupaciones contemporáneas. ¿Qué sugiere esto al sacerdote en cuanto a su actitud frente a la razón? Primeramente es el fin de una especie de mala conciencia ante la universalidad racional. Esta mala conciencia puede tomar el aspecto de una apertura al mundo o, al contrario, de una defensa integra de la única verdad. La distinción tradicional entre la razón y la fe no queda simplemente negada. Pero hoy debemos insistir en la unidad primordial de la interpretación cristiana de la existencia y cómo la distinción precedente está tal vez relacionada con nuestra perspectiva. Si decimos que “lo mejor” viene de la fe y que esto no puede aparecer en una discusión “filosófica”, es situarnos en un terreno satisfará ni a los otros ni a nosotros mismos. Una cierta razón triunfante Uno cierta razón triunfante ha muerto, pero sí hay un sentido que se anuncia como horizonte de los sentidos posibles, hemos de admitir que está más allá de una obra sistemática, de una cultura o de una búsqueda determinada. En esta perspectiva es más fácil comprender lo que significa la fe; la afirmación del sentido como lo que no esta dado. Pero, por otra parte, la fe permanece más que nunca ininteligible si no se anuncia como concerniente al hombre, como, en cierto sentido, fe absoluta en la vida humana. Por esto se comprende que en el análisis precedente no se trataba de poner a Dios de lado, sino de hacer posible la expresión de su presencia. Seamos pues los hombres de la fe, para que, en la desesperanza amenazante del hombre o en la resignación a lo que es, es decir en su fracaso, se eleve la esperanza del hombre, no como un mito, un sueño, un pesar, sino como lo que puede siempre, desde ahora, comenzarse. La universalidad se presenta entonces no como posesión, aún intelectual, sino como tarea. Y esta tarea no se opera sino por una renuncia continua, dura y severa a la falsa universalidad, aunque esta se de en un lenguaje brillante del discurso filosófico, o en el lenguaje edificante de la caridad.

Hay una pasión, una “kenosis” de la pretensión a lo universal, que es el reconocimiento doloroso del otro, la imposibilidad de encerrarlo todo, la perpetua necesidad de vivir la universalidad como fe y como trabajo de la comunicación. Esta universalidad nos queda lejana, pero es lo que nos hace morir a nosotros mismos.

En fin, digamos una vez mas que no se trata de "vencer" sino de servir a los hombres; y es solamente cuando avanzamos por este camino, siguiendo al Señor Jesucristo, cuando comienzo a entender lo que Dios es y lo que es la verdad del hombre.

Conclusión a todo el análisis: "Vita Apostólica" Trabajo, sexualidad, razón; a través de estas "categorías" de la vida humana el sacerdote se pregunta por lo que le concierne en función de los hombres. Ahora podemos retomar lo que era nuestra inquietud inicial, la "vita apostólica", la vida de los apóstoles. Son hombres llamados, elegidos, cuya vida viene de Cristo en el Espíritu y de la comunidad espiritual. Por otra parte esta vida es su elección, y en ella acceden a la libertad hasta alcanzar el poder supremo, que es el fin de la voluntad de poder liberar al otro. Son formados para estar con los hombres; pero esto es una iniciación difícil y también se trata para ellos de aprender a vivir pera Dios sólo.

Están pues con Cristo, mezclados en su vida, descubriendo poco a poco, no sin trabajos, no sin ilusiones perdidas, no sin crisis, lo que Él es en verdad, infinitamente otro e infinitamente más que su voluntad de hombre, su inteligencia, y su religión.

¿Qué deben decir y hacer? Nada más que Jesu-Cristo. Su referencia a Cristo es absoluta.

Pero porque Cristo no es un mero recuerdo, sólo pueden creer en El en el Espíritu. Esta exigencia que hace morir sin cesar al mundo antiguo, es su libertad infinita.

Están encargados de la Palabas, no de letra muerta, sino acto revelador de Dios, no simple historia o teoría, sino anuncio y acción transformadora. Sus tareas no tienen otro contenido: enseñar la verdad, sanar al hombre encadenado, reconciliar al hombre culpable, comunicar el Espíritu y la experiencia, celebrar la fiesta de Dios, velar por la comunión. Cada uno actúa según sus dones. Sus testimonios no coinciden pero convergen. La autoridad no es el privilegio del poder. Es servicio que nadie debe arrogarse, se ejerce en comunión y en una fraternidad más esencial que toda diferencia de función; no prohíbe, sino que reconoce y quiere la iniciativa imprevisible, donde ella sabe leer la intervención del Espíritu. Oran. Su presencia ante la presencia de Dios es el fundamento de sus vidas. Hablan, escriben, piensan. En el cuadro limitado de su cultura, operan la prodigiosa mutación del pensamiento humano, dan, en lo esencial, nueva base y nuevos principios al pensamiento. Crean comunidades. Rechazan toda facilidad, todo abandono. Saben que las rupturas son inevitables pero disciernen allí la aceptación o el rechazo del Espíritu, y guardan en esto como principio el que Dios no quiere la muerte del hombre sino su vida. No se resignan nunca al estado de hecho. Reiteran el actuar de Cristo. Aceptan revivir en sus vidas la prueba que vivió el fundador. El poder con el que cuentan es el más oculto y el más fuerte: el Espíritu.

III.

¿Pero no hemos olvidado algo? Qué hay acerca de la vida de oración del sacerdote? ¿No la hemos desestimado?

En primer lugar digamos que este itinerario es ya él mismo una oración: elevación del alma a Dios. A través de las realidades humanas desembocamos en Dios como centro vivificante de nuestra existencia.

Ésta oración puede desconcertar. ¿Por qué tantas desviaciones? ¿No basta hacer bien los ejercicios que manda la Iglesia y tener una vida profunda de unión a Dios? Pero, ¿acaso la vida espiritual en la Iglesia de Cristo, no es vida del Espíritu? No dejamos de lado ninguno de las exigencias fundamentales que conciernen al sacerdote, buscamos en cambio evitar la reacción de irritación que muchos manifiestan hoy cuando los quiere llevar a lo espiritual. Reacción extremadamente grave, si uno permaneciera allí, por que indicaría una falla en lo esencial. Pero reacciones que no se puede despreciar o condenar sin producir una invitación aún mayor. No dejemos de lado la vida espiritual sino lo que le amenaza. Por eso podemos decir ahora sin equívocos, que el único problema es la vida espiritual. Ahora cesan el temor y el disgusto del recogimiento aunque no totalmente porque son pruebas por las que hay que pasar, que hará el recogimiento de aquello de lo que huye el sacerdote y lo que odia cuando lo hace obligado. Este recogimiento debe ser más que algo vago, debe encontrar su estilo, su lugar, su hora, su manera de ser, su efectividad en nuestras vidas. Sí, pues, resta que hay momentos hay momentos de oración y momentos de acción, ya no son dos dominios puestos por sí mismo que hay que tratar de unir, sino que la unidad es primordial. La unidad es de las tres dimensiones de la vida: oración, pensamiento y acción. Cada momento envía profundamente a los otros dos. El pensamiento, la ciencia espiritual, ha de ser la reflexión de la oración y de la acción. Este pensamiento nos ha de dar modelos de lectura de la experiencia. La teología será entonces una ayuda para comprender la existencia.

El sacerdote será el hombre de la comunidad sin que haya en el esa separación entre el hombre y el sacerdocio. No que se quiera reducir la fe a la experiencia solamente psicológica según su inevitable diversidad individual y con la reducción de sentido que ella implica procesos desastroso, sino porque la experiencia espiritual tiene juramento por sentido, vencer el egoísmo, el espíritu de clan, porque es en la fe presencia del Espíritu, comunión en el amor absoluto que se revela en Jesucristo.

Este análisis que hemos hecho está redactado en un lenguaje interno, no para decirlos a los no creyente. Es sólo un esfuerzo todavía interno para llegar a una actitud tal que nuestras relaciones con los hombres, lleven verdaderamente la amplitud la amplitud y la profundidad de la caridad de Cristo.

Tengamos en cuenta también que el anuncio de la Resurrección, exige preparación en el caso de un cristiano en su cristianismo y en el caso de un no cristiano exige partir de su existencia real.

En fin, digamos que este es un análisis posible, no definitivo. Lo esencial no es el análisis mismo sino lo que hace posible: la fe, la fe en Jesucristo vivida y pensada en la comunión de la Iglesia.

Lo esencial es, pues menos, que el contenido que el movimiento y la actitud, este pasaje de la fe a lo actual, esta búsqueda de sentido, esta voluntad espiritual de co mprender todo, y vivir en el Espíritu. Esta vulnerabilidad de lo expuesto es correlativa a su intención de despertar en cada uno el movimiento personal, sin el cual el diálogo es el monólogo del que cree saber o el vago y eterno volver a discutir los mismos problemas. Más aún este lenguaje debe morir para que se pueda expresar en cada uno, lo que es más que uno mismo: nuestro nacimiento para Dios.

No es que todo sea en vano si no darnos cuenta de que la expresión de Cristo por la palabra y la vida, tarea esencial, es siempre relativa a un momento y a una situación, que damos necesariamente al cristianismo una cierta figura en mediación entre el Cristo eterno y el Cristo presente.

La síntesis viviente que es la Iglesia es para nosotros, esto, este grupo, estas ideas, estas estructuras, estos proyectos. Debemos asumir esta condición de nuestra fe. Allí está la verdadera humildad del juicio. Si no, caeríamos de vuelta en la ilusión o en la desesperanza. ¿No es aquí algo de descorazonador? Parece que, al contrario, esta búsqueda puede ayudar a algunos. Reconoce que todo sacerdote que busca al Señor, puede ser sacerdote, cualquiera que sean las dificultades y oscuridades, pues todo puede tomar sentido, todo puede volvernos “etiam paccata” en posibilidad de amar a Dios y a los hombres. Sólo se ‘'pierde" aquel que se encierra en el orgullo de su sacerdocio o el que se amuralla deliberadamente en la desesperanza. Dios es más que todo lo que podamos decir de él. Escúcheme lo que nace en nosotros del Espíritu. Tengamos el suficiente coraje para trabajar en la «arca úrica. Después de todo, Dios quiere que hagamos lo que podamos. Actuemos y hablemos, tengamos el coraje de arriesgar el don que hemos recibido, a fin le continuar lo que Cristo comienza. No nos descorazonemos ante lo que nos revela nuestro propio esfuerzo: cuanto más avanzamos mis parece alejarse la Ciudad; cuan más tratamos de decir honestamente la verdad, más la mentira que está en nosotros sube a la superficie cuanto más tratamos de amar realmente y servir eficazmente, más se hacen visibles nuestras ausencias, nuestras carencias, nuestra incompetencia, nuestro deseo imperioso de traer todo a nosotros mismos.

En el corazón de esta decepción no se levanta la paz fundamental? Nuestra perfección, nuestros éxitos, nuestra sabiduría, nuestra caridad, todo está entre las manos de Dios. Aún si nuestro corazón nos condena, Dios es más grande que nuestro corazón. (1)





Notas:

(1) Recomendamos las reflexiones de J. M. Le Blond sobre este libro en Christus 57 (1968), 141-144.









Boletín de espiritualidad Nr. 2, p. 4-23.